
Continuamos exponiendo algunos mitos más que se han ido creando alrededor de la figura de los detectives privados. ¿Son realmente ciertos?
Ex policías reciclados como detectives privados
Ese viejo granuja ha dejado el cuerpo, pero no quiere decir que se le hayan disecado las ganas de acción. ¿Realidad o mito? “Es bastante común”, afirma José. “Hay muchos inspectores que piden una excedencia o se prejubilan. Con la ley anterior tenían que esperar dos años para ejercer como detectives, pero con la nueva ley van a tener incluso más facilidades.”
Le pregunto a Mª Mar si estos ex policías son una competencia feroz y me dice sí, “especialmente en los precios”.
Mendigos confidentes
Es un clásico del género negro que los detectives tengan un ejército de confidentes habituales en las calles. A cada cual más estrambótico, desde traficantes y prostitutas a mendigos ciegos que dan más o menos información dependiendo de cómo suene la tacita a la que echas las monedas. “No es exactamente así”, dice José, “pero si trabajas en una ciudad acabas conociendo sus barrios, su gente, y hay personas que por su profesión o lo que sea, pueden estar más en contacto con distintos ambientes. Hay que pensar en ello como algo lógico, no como una cosa sórdida ni mucho menos”. Mª Mar admite que “es normal acabar acudiendo a las personas más vulnerables para sacarles información. Suena mal, pero es así.”
Enemistad antológica con algún policía que se cruza siempre en tu camino
¿Quién no se imagina a un buen husmeador tirando el fedora al suelo y exclamando?: “¡Maldita sea, ese sabueso vuelve a interferir en uno de mis casos para cortarme las alas!”. Probablemente nadie, pero la duda queda ahí. Lo cierto es que todos los detectives consultados hablan de una relación más o menos cordial con los agentes de la ley, en parte reforzado por el acuerdo Red Azul, una iniciativa que estrecha la colaboración entre fuerzas del orden público y seguridad privada. Al igual que la Red Coopera con la Guardia Civil, en la que se comparte información relevante con el objetivo de buscar ayuda y colaboración entre ambos.
Para ilustrar este ánimo cooperativo, José cuenta la siguiente anécdota. “Una vez me detectó un investigado, y cuando vino la policía me identifiqué a escondidas de él. Luego ellos me pusieron las esposas y me sacaron como si fuera un ladrón. Por lo que el investigado se quedó tranquilo y yo pude seguir haciendo mi trabajo. Fue un detalle. El problema viene cuando estás trabajando en algún pueblo perdido de la mano de Dios y uno que sospecha llama a su amigo policía o guardia civil para que vaya a entorpecerte. Esto es raro, de todos modos.”
¡Violencia!
Leyendo las novelas de Raymond Chandler, daba la impresión de que Philip Marlowe no completaba el día si no acababa inconsciente por culpa de algún cachiporrazo en la cabeza que le hacía despertar a la mañana siguiente en otro lugar completamente distinto. José no niega los riesgos de su oficio, pero afirma haber conocido más episodios de violencia por boca de terceros que de su propia experiencia.
“Claro que hay peligro”, dice Mª Mar, por su parte. “Ten en cuenta que nosotros en teoría no podemos investigar delitos públicos, pero hasta que no tienes pruebas no sabes si se trata de un delito público o no. Una vez las tienes, estás obligado a acudir a la fiscalía. Pero hasta entonces… O sea que sí, hay casos que pueden ser delicados.”
José dice que todo depende de la gente a la que investigues. “Alguna vez me ha pasado de estar siguiendo a una persona que trafica con drogas por un tema relacionado con una baja laboral o una infidelidad. Ésa gente suele fijarse muchísimo, están siempre muy alerta, y lo que menos se esperan es que les estés siguiendo por eso. Hay que tener cuidado.”
Dos casos que de repente están relacionados
La clásica revelación del tercer acto no parece gozar de la misma espectacularidad en la vida real. Mª Mar tiene que escarbar en su memoria para encontrar momentos más bien atribuibles al puro azar, como acabar grabando a alguien que paseaba mientras estaba de baja durante el transcurso de otro caso.
“Sí nos ha pasado”, dice José. “Una vez nos contrató un padre para seguir a su hijo, y luego el hijo nos quiso contratar para saber si le seguía alguien. Cuando esto sucede, lo más ético suele ser quedarnos con el primer encargo, claro.”
José nos ve rápidamente el plumero y concluye: “Esas cosas no pasan así, como os pensáis. Es todo mucho más aburrido. No vas a encontrar nunca una caja de cerillas que te resuelva un caso de competencia desleal y al mismo tiempo el asesinato de Kennedy”.
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